La bolsa o la vida Versão para impressão
Terça, 16 Agosto 2011

colonialismo_1¿Cómo era posible que la colonización se hubiera convertido en esa horrible rapiña, en esta crueldad vertiginosa en que gentes que se decían cristianas torturaran, mutilaran, mataran a seres indefensos y los sometieran a crueldades tan atroces, incluidos

niños, ancianos? ¿No habíamos venido aquí los europeos a acabar con la trata y a traer la religión de la caridad y la justicia? Porque esto que ocurría aquí era todavía peor que la trata de esclavos ¿verdad?

Mario Vargas Llosa, El sueño del celta

Sin lugar a dudas, la colonización produjo los horrores que, con la excusa de la vida y ahorcamiento de Roger Casement, narra Vargas Llosa en su reciente novela. No sólo en el marco del Congo o de la Amazonía, sino en otros muchos lugares como el Oriente Medio o la India, las secuelas de aquella ‘acción civilizadora’ aún son visibles en muchos lugares y explican rencores, resentimientos, atrasos, violaciones de los derechos humanos y hambrunas, mucho mejor que los embates de la Naturaleza desbocada.

En algunos de esos lugares, casi cien años transcurridos, las masas populares se levantan contra los tiranos, plantándoles cara y obligándoles a, al menos, desaparecer de sus puestos de mando, porque reparar y reponer la justicia es algo que lleva mucho más tiempo y un gran esfuerzo de la voluntad individual y colectiva.

La acción civilizadora del mundo occidental, que ahora se llama globalización, ha seguido ejerciéndose, no ya en determinados lugares, sino en todo el planeta, promoviendo democracias a golpe de misil, acciones humanitarias que protegen a las humanas materias primas, y utilizando todo tipo de eufemismos y lenguajes ‘políticamente correctos’ para que todo se vuelva del revés y nada cambie.

Dentro de sus errores, desmanes y ambiciones mal disfrazadas y a pesar de todo, esa acción ‘global’ no dejaba de tener un punto de esperanza; una justicia mundial, controlada por un alto tribunal independiente; una posibilidad de circulación libre de seres humanos y materias, para provecho de todos; un control de las finanzas para evitar quiebras y quebrantos en economías débiles o en riesgo; una cierta solidaridad del Norte con el Sur. Sin embargo, los viejos demonios que escapan por las rendijas del sistema están empezando a acabar con los recursos para el control y la protección.

Los gigantes de occidente se muestran como ídolos de pies de barro. Enzarzados en la vieja polémica de control del mundo, en lugar de enfocar la acción política hacia el equilibrio en las relaciones de poder y la protección de las personas, los bienes, el trabajo digno y productivo, han dejado que la pura especulación, que sólo produce números y se mueve en el campo de lo virtual, se adueñe del mundo.

Pero ese juego que sólo se ve en las grandes pantallas de los centros económicos y en los diagramas cuya línea roja se quiebra, avanza como una flecha o cae a plomo, es aún peor que el viejo sistema del atraco a mano armada. Los que lo juegan no tienen rostro, ni siquiera se lo cubren con una máscara o con un tosco pañuelo, como los bandidos legendarios, que al menos conservaban un mínimo de dignidad humana.

Estos jugadores se esconden tras identidades abstractas como el mercado, el sistema monetario y la deuda. ¿Quién puede luchar contra una abstracción? Es bastante evidente que la política y los políticos, que han olvidado las reglas de su propio juego, están siendo zarandeados por esas abstracciones.

Si sólo fuera eso, la cosa no tendría más importancia que la de un juego que se halla al margen de las vidas corrientes. Estas seguirían su anodino y silencioso caminar, podrían incluso albergar pequeñas esperanzas y sonreír a la gratificante luz de los amaneceres, dando gracias por un nuevo día de vida. Sería como contemplar esas fotografías de las revistas del corazón, que muestran a un reducido número de privilegiados haciendo tonterías y vistiendo de manera inverosímil, mientras el resto del mundo lucha, trabaja, sufre o se ríe a carcajadas, mirando la carita regordeta de su hijo recién nacido y que es igualito que tía Merceditas.

Pero, no. La cosa es que ese juego, que se esconde tras las abstracciones de términos que nada significan para el común de los mortales y del que los expertos no tienen ni idea, es un juego cruel que arrasa con las vidas de las personas, que niega la mínima satisfacción de un rayo de sol, que priva de esperanza y de futuro a un recién nacido o a un joven, que abruma a los ancianos, ya de por sí temerosos de la muerte, que frustra a los que han trabajado duro para lograr un techo digno y una cierta estabilidad, contribuyendo de paso a la construcción de carreteras, puentes, medios de comunicación, sostenimiento de la salud o la educación y la protección social.

Ese juego no sólo niega lo ya adquirido, sino que olvida, como si no existiera, borrar las huellas de aquella otra colonización cruel y depredadora. Es decir, no se han borrado los rastros de lo mal hecho cuando se le añade más dolor y desesperanza a los que ya eran los desheredados del mundo.

Al fin y al cabo, ese sofisticado juego que juegan manos invisibles no es más que el antiguo, al menos más aventurero y arriesgado, de ‘la bolsa o la vida’. Pero, como este, aunque con menos fantasía e imaginación, va sembrando el mundo de cadáveres, de despojados y de seres sin esperanza. Su castigo será que ni siquiera será capaz de generar un mito y, por ello, la memoria de todos los sobrevivientes tendrá para los jugadores una casilla vacía.

Sin embargo, la memoria del horror permanece viva, aunque nadie se acuerde de quién fue el demonio que lo causó.

Montserrat Abumalham

http://www.mvam.es

 

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